El libro se titula Polvos de fuego. La historia pasa en un sitio llamado Paraíso, un pueblo apacible. Estático, aferrado a las viejas costumbres y divorciado del mundo, como dice el autor, que puede estar en cualquier punto de aquella región que va desde el Río Bravo en el norte hasta La Patagonia en el sur. Casín, que es cubano y está exiliado, por decirlo de alguna manera, desde el siglo pasado, no ubica su relato en ninguna nación. Se inventa una sin fronteras ni códigos reales, donde vive, cómo no, un patriarca. Y ese hombre, ha dicho Casín, confabulado con el cura, el cartero, las putas y otros vecinos, será protagonista principal de la acción que se desata después de que una avioneta cargada de drogas se estrelle en la playa, porque eso sí, Paraíso tiene playa. Polvos de fuego tiene magia y seduce y la indefinición o los misterios de su ubicación en el mapa americano le dan a Casín la libertad de contar sucesos, crear personajes y enviar mensajes, sin ataduras ni compromisos como no sean las de un escritor que se enfrenta a la página en blanco con la intención pura de narrar una buena historia y con el instrumental y el talento suficiente para narrarla bien. El periodista y escritor cubano Álvaro Alba considera que Polvos de fuego “es una verdadera historia latinoamericana. Lo mismo en Paraguay, México, República Dominicana o Cuba. Trama moderna pero con la pincelada de una nostalgia y suspensión en el tiempo que por momentos no logras definir. Excelente narrativa, diálogos claros y unos personajes bien definidos”. Al parecer, este primer libro de ficción del cronista Roberto Casín y las reacciones iniciales de críticos importantes de aquella zona abren la puerta hacia el paraíso o el infierno de la literatura, ese mundo que tampoco tiene aduanas ni definiciones coherentes.

(Raúl Rivero, España, 10 de mayo, 2016)

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